Nelson Acosta Espinoza
De
entrada digámoslo sin titubeos: las elecciones del pasado 16 de diciembre
constituyó un tremendo fracaso para la oposición. No vale la pena insistir
sobre la dimensión aritmética de estos comicios. A esta altura abundan análisis
muy agudos sobre esta materia. En estas breves líneas, entonces, posaremos la mirada en la connotación política de este evento.
¿Qué
significado podemos extraer de estos resultados? ¿Qué enseñanza pueden proporcionar
de cara a los futuros eventos políticos? ¿La dirección política de la oposición
estará a la altura de los próximos acontecimientos? ¿Habrán comprendido el
sesgo cultural implícito en la invocación chavista?
Comencemos
a dilucidar estas interrogantes a partir de la última incógnita. Partimos de la siguiente
aseveración: para poder combatir la oferta oficialista es esencial entender su
sentido discursivo. En otras palabras, no basta y, constituye un error
estratégico, adjudicar sus repetidos éxitos electorales a la dimensión
distribucionista y clientelar que caracteriza su acción de gobierno. Es decir,
sus triunfos no responden únicamente a estas políticas asistencialistas. Este
sesgo populista siempre ha estado presente en la formulación e implantación de
políticas públicas por parte de todos los gobiernos de la IV y V república. No
olvidemos, el carácter rentista del estado venezolano. Lo nuevo, por no decir
lo inédito, ha sido acompañar estas políticas con una estrategia de sentido que
ha proporcionado una identidad política estable a amplios sectores de la
población empobrecida del país. La oposición, es necesario reconocerlo, no ha podido superar la visión estrictamente
electoral: se vota contra Chávez y no a favor de una nueva propuesta o visión
de país que contraste y compita con la oficial. No han logrado elaborar un
relato político alternativo que rivalice con el oficialista y proporcione una
nueva “visibilidad” a los sectores populares.
En
la pasada elección presidencial, por ejemplo,
el candidato de la oposición, en una primera fase, apuntaló su oferta
electoral en la gestión que había
realizado en el estado Miranda; posteriormente, intentó resignificar la oferta
oficialista por la vía de hacerla más eficiente y perdurable (Ley de Misiones).
En otras palabras, no contrastó el “cuento”
chavista con un relato alternativo
que se nutriese de los valores de la cultura popular del venezolano. No pudo
traspasar el campo simbólico que caracteriza a los sectores medios del país. Su
oferta se ancló, por así decirlo, al
interior de una endogamia discursiva
y, en consecuencia, no pudo interpelar a los sectores pobres de la población
del país.
En
la elección regional en el estado Carabobo se llevó al extremo este error
estratégico. La campaña se centro en intentar establecer una equivalencia entre
la gestión del ex gobernador Acosta
Carles y la propuesta que encarnaba el
candidato del oficialismo. En esta apuesta discursiva la dimensión simbólica de
los pobres estaba ausente. De nuevo, no se pudo superar el imaginario que lo
identificaba con la clase media. No se hizo uso del “trademark” simbólico que
caracterizaba la gestión de los Salas: la descentralización; no se transformó la
personalidad del candidato en una narrativa que lo aproximara a los sectores
populares. En fin, su mensaje careció de nitidez y poder de evocación. No
pudieron elaborar a una propuesta
simbólica que enfrentara a la figura presidencial. El verdadero adversario
Se
aproxima un nuevo acto electoral. Es probable que el sesgo religioso y emocional impregnara con profundidad la oferta
oficialista. Las enseñanzas que proporcionan
los últimos fracasos políticos y electorales deberían estar a la orden
del día. La lucha política, sin dudad, girará
sobre las palabras que interpelen y emocionen a la totalidad de la población.
Más allá de las letanías ¿podrán los sectores democráticos construir un relato
que proporcione una nueva identidad a los sectores empobrecidos del país?
¿Serán capaces de federalizar su discurso? ¿Harán uso de los contenidos
emblemáticos de la diversidad contenida en
la cultura popular?
Las
cartas están echadas. Seamos optimistas. Esperemos que la dirección política de
la oposición, en esta ocasión, esté a la
altura de los retos simbólicos que implicaría una nueva elección presidencial. Entendámoslo:
es la emoción y no la razón la clave de la próxima contienda
política.
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