Nelson
Acosta Espinoza
No se sorprenda amigo
lector. El término endogamia, si bien proviene de las ciencias biológicas, es
de uso común en los análisis que llevan a cabo los antropólogos sobre la
cultura de la política. En este contexto podemos describirla como una práctica
social de rechazo a las ideas, actitudes y valores ajenos a un grupo
determinado. Expresa exclusión, segregación, clientelismo y constituye un
obstáculo poderoso que impide institucionalizar una verdadera modernidad política.
La extremada
polarización que experimenta la sociedad venezolana, por ejemplo, es una expresión de esta práctica endogámica.
Situación peligrosa que pone en peligros los esquemas de convivencia social
y achica los espacios comunes y
necesarios para la negociación y resolución de los conflictos presentes en la
sociedad. No reconocer al otro, en cualquier direccionalidad, es una práctica
antidemocrática y abre caminos para la profundización de los mecanismos autoritarios. Vencer estas mañas
endogámicas y salir al encuentro del
otro debería constituir punto de partida en la búsqueda de un acuerdo nacional.
Existen experiencias
históricas que muestran los efectos perversos de esta práctica. El estudioso
Raúl Ramírez Ruiz en su libro “Caciquismo
y endogamia, Un análisis del poder
local en la España de la restauración (Córdova 1902-1931) describe
minuciosamente este sistema caciquil donde las practicas endogámicas provocaban
una identidad entre poder económico y político. A esta cultura atribuye el autor
la imposibilidad para poder reformarse que padecía el sistema de la
restauración borbónica en España. Rafael Ramírez Ruiz le imputa a estas prácticas endogámicas peso
dentro de las causas que provocaron el hundimiento de la monarquía y abono para
la confrontación armada entre los españoles.
Desde otro ángulo, Russel Harding politólogo de la Universidad
de Nueva York analizó las bases sobre las cuales se asientan posiciones
extremas. En su ensayo The Crippled
Epistemology of Extremism (La epistemología minusválida del extremismo)
muestra como estos grupos se autoafirman mediante un enclaustramiento en “capullos”
discursivos. En otras palabras, los grupos polarizados se escuchan solamente así
mismos. Su “epistemología minusválida” los mantiene en un aislamiento que les
permite asumir con firmeza sus convicciones y no cuestionar la validez de sus creencias. De ahí el término
“epistemología minusválida”. De acuerdo a este autor, para romper este ciclo de
la polarización se haría necesario desgarrar los “capullos” discursivos en los
que permanecen los grupos radicales.
Me parece que estos
términos, endogamia política y epistemología minusválida, bien pudieran usarse
para describir, por un lado, la coyuntura política del país y, por el otro, los
“capullos” discursivos dentro de los cuales viven acomodaticiamente diversos actores políticos del oficialismo
y la oposición venezolana. No sería aventurado señalar que sus
respectivas “epistemologías” no les permiten abrirse hacia el reconocimiento
mutuo.
Una alternativa
política con vocación mayoritaria, entonces, debería permitir que “los pétalos de sus flores abran”. En
otras palabras, hay que salir del capullo discursivo, romper la lógica
dicotómica que divide a los venezolanos e ir al encuentro del “otro”. Tarea,
desde luego, nada fácil. Los últimos acontecimientos señalan lo complejo y las
dificultades que hay que enfrentar para el diseño de una política que pueda
asumir la dialéctica de lo “uno y lo diverso”.
Lo he expresado en ocasiones
anteriores. El punto de partida debería ser la producción de un relato político
federalizado. De por sí, la palabra federal, implica un reconocimiento y
respeto a la diversidad constitutiva de
lo venezolano. Igualmente, una práctica política concebida en estos términos, abriría
un abanico que podría facilitar el reconocimiento de actores políticos con
posturas antagónicas.
En fin, la
“epistemología federal”, por así decirlo, podría ser la alternativa a la
endogamia política en la cual se encuentran atrapados oficialismo y oposición.
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